Es bonito eso de estar para todo el mundo, bonito a la vez que gratificante. Saber que tus amigos cuentan contigo cuando necesitan que alguien los escuche o les dé consejo, puede ayudar a sentirte autorealizado personalmente.
El problema aparece cuando eres tú quien necesita de esos amigos. Cuando echas en falta un hombro en el que llorar, o una mano que te ayude a levantarte de las caídas. Miras al rededor y hay muchísima gente, pero al mismo tiempo sientes que lo único que ves son sombras independientes, que no tienen el más mínimo interés en formar parte de tu vida de una manera plena, y mucho menos en ayudarte a buscar soluciones (porque las necesitas).
Y entonces... Te das cuenta. Descubres que, ya que todos se limitan a observar su ombligo sin tener en cuenta los sentimientos de los demás, quizás ha llegado la hora de que tú hagas lo mismo. Que dejes de ser menos tonta, y empieces a pensar más en ti misma. Y en quien merezca la pena.
Entonces, y sólo entonces... es posible que sea cuando verdaderamente descubras quién está contigo sin que sea necesario pedirlo, y quién nunca estuvo, a pesar de sus intentos de aparentar que les importas lo más mínimo.
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