Toc, toc. Golpeo la puerta blanquísima que tengo frente a mí, aunque no tengo ni idea de qué esconde tras ella. Toc, toc. Vuelvo a golpear. Esta vez, se abre un poco tras el roce de mis nudillos. La empujo levemente hasta que la apertura me permite ver algo. Rojo. Sólo veo rojo. Siento una mezcla de miedo y curiosidad. Durante unos segundos, ambos sentimientos se enfrentan en mí, pero el último gana la batalla. Entro. Paredes rojas con palabras escritas en ellas. Intento leer alguna y descubro cosas como nombres propios de personas importantes en mi vida, letras de canciones que forman parte de mí e incluso veo alguna que otra imagen de los momentos más significativos que he vivido. Y más puertas. Muchas tienen un cartel que dice "permanente", mientras otras señalan "temporal" o "reservado".
Entro en una de las permanentes. Una sala blanca se abre frente a mí. Las paredes están llenas de fotografías de mis familiares, y algún que otro amigo. Así que estos son los que se van a quedar siempre, pienso. Salgo de la sala, satisfecha con el resultado encontrado y me entra curiosidad por ese gran RESERVADO que me llama desde el fondo del pasillo central. La puerta está cerrada con llave. Aquí debe de haber algo muy importante. Para mi alegría, encuentro la llave a escasos metros. La cojo y la introduzco en la cerradura. Esta sala es mucho, muchísimo más grande. Parece estar dispuesta a llenarse de momentos y de historias, pero por ahora las paredes están vacías. Sin embargo, hay alguien dentro. Sentado de espaldas a mí. ¿Quién eres?, grito. No responde. Ni siquiera parece haberse percatado de mi presencia. Avanzo hacia él, pero su voz me detiene: aún no es el momento. Intento encontrar algo familiar en su voz, pero es inútil, no la reconozco. Estoy preparada, insisto. Pero no puedo avanzar, una fuerza sobrenatural me lo impide. Empiezo a sentir impotencia, mis ojos se llenan de lágrimas y estallo en un llanto inconsolable. Soy consciente de qué es lo que tengo delante, pero el no poder ponerle cara ni nombre, me supera. ¿Sabes? A menudo pensamos que estamos preparados para un gran cambio en nuestras vidas cuando en realidad no es así. Pedimos con tanta fuerza lo que anhelamos, que se nos concede antes de tiempo. Y luego acaba mal. Al recibirlo de manera anticipada no sabemos valorarlo y nos aburre. Nos cansamos y lo desperdiciamos. Por eso es bueno esperar para las cosas verdaderamente importantes. Tú misma no eres capaz de saber cuándo es el momento. Deja que quien maneja todo esto decida por ti, porque lo hará de la mejor manera posible. Disfruta del camino sin centrarte demasiado en la meta y cuando menos lo esperes... llegarás a ella casi sin darte cuenta.
Y de repente, me despierto. Con un dolor punzante en el lado izquierdo del pecho, como si alguien hubiera invadido el centro de mis sentimientos. Sin saber muy bien qué significa lo que he vivido hace unos minutos, me levanto de la cama con una sonrisa imborrable. Y con la certeza de que nada ni nadie me va a impedir disfrutar de cada paso que dé en mi camino, y, al fin entiendo que, ésa es la verdadera meta. La otra... llegará cuando tenga que llegar.
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