Nos pasamos la vida esperando a que pase algo y, al final, lo único que pasa es eso: la vida. Y cuando queremos darnos cuenta, la hemos desaprovechado. No hemos hecho locuras cuando hemos tenido ocasión, y después nos arrepentimos. Los días pasan sin pena ni gloria, al igual que los meses y los años. "Hoy me quedo en casa tranquilita, no me apetece salir", y así un día y otro. Y luego piensas que quizá no compartiste todos los momentos que te habría gustado con algunas personas, entonces es cuando llega el momento de despedir (temporalmente, por Dios) a esas personas y te arrepientes de no haber perdido horas muertas a su lado, hablando de cualquier tontería, pero juntas. Y entonces te das cuenta de que ser feliz en la vida no es esperar a que pase algo, sino disfrutar de lo que te pasa todos los días por muy repetitivo que sea. Y llegas a la conclusión de que sí, puede que disfrutes de los pequeños detalles del día a día y de que en el fondo tu vida no es tan mala como crees a veces, que tienes personas que te quieren que harían lo que fuera por ti.
Pero 18 días antes de cumplir 19 años te sinceras contigo misma y admites que sigues esperando algo. Y te maldices por dentro porque sabes que, maldita sea, siempre vas a esperarlo hasta que llegue el día en el que se digne a llegar.
Y entonces, justo entonces, algo te dice que cuando seas tan fuerte como para saber que llegará cuando tenga que llegar y que esperándolo con ansias no aceleras el proceso... es cuando aparece.
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