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martes, 5 de junio de 2012

Cabreada, salgo de la facultad. No me puedo creer que haya hecho el examen de mi asignatura favorita tan rematadamente mal. Rematadamente mal en mi escala es equivalente a un 5 o 6 en nota numérica. Puede parecer una chorrada, pero ese examen me ha herido en el orgullo. Es mi asignatura favorita, joder, y quería sacar buena nota.

"Vamos a tomar algo para celebrarlo", oigo a pocos centímetros de mí. ¿Celebrar el qué?, pienso inmediatamente. Pero me callo. Celebremos simplemente que ya tengo una asignatura más aprobada. Sí, claro, conformémonos con ser mediocres, con estar dentro de la media.


Iba yo con todo este embrollo en la cabeza cuando mi mirada se cruzó con la de un hombre que, sentado en el suelo, tenía a su lado una tarrina de helado vacía a modo de hucha, esperando la generosidad de alguien que se hubiera levantado de la siesta con sentimientos altruístas, o que simplemente volviera de fundir su Visa y que, al comprarse un cucurucho para coronar la tarde, mirara con desdén la calderilla que el joven dependiente que trabaja en la heladería para pagarse la carrera -o al menos eso dice-, y la depositara dentro de su tarrina-vacía/hucha. Echo un vistazo rápido a la tarrina vacía, inconscientemente, para comprobar si este hombre hoy se irá a la cama -o a donde sea que duerma- con algo en el estómago. Pero mi vista se detiene en sus pies. Y digo en sus pies, porque está descalzo. E inmediatamente algo llama más mi atención: no tiene dedos; y al parecer, ha tenido muchos años para acostumbrarse a la ausencia de ellos. No es la primera vez que lo veo, por supuesto que no.

-¿Nos sentamos fuera o dentro?
- Dentro -acierto a decir a tiempo.

Y con los ojos clavados en mi limonada de 2,50€, no logro olvidar la mirada de ese hombre. No me apetece tomarme mi limonada. Es más, quisiera regalársela. No, mejor aún, desearía no habérmela comprado y haberle dado las dos monedas a aquel hombre.

Pero soy cobarde.

Y ya no me siento mediocre, sino afortunada. Afortunada y triste.

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